Animal Distinto: El Libro Aleph

Me pidieron que reseñara un libro que me hubiera marcado en mi gusto por las letras. Pensé en varios de distintas épocas y de diferentes autores. Como la lista era grande resolví meditar y posponer la elección. En alguno de los días siguientes me visitó Zindy E. Rodríguez Tamayo trayéndome como obsequio su libro Animal Distinto. Decidí hacer la reseña sobre aquella gema de poco más de cien páginas. Las razones se explican solas en las siguientes líneas.

Animal Distinto: El Libro Aleph de Zindy E. Rodríguez Tamayo

Animal Distinto: El Libro Aleph, de Zindy E. Rodríguez Tamayo. 


Qué difícil resulta definir un libro como el de Animal Distinto de la autora Zindy E. Rodríguez Tamayo [Me salta la curiosidad por esa “E”, mi letra favorita]. Como su título, este libro es distinto a la gran mayoría de los libros que conozco, aunque también hay similitudes con otros. Por ejemplo, encuentro un caminar lúdico similar a La vuelta al mundo en ochenta días y a Los autonautas de la cosmopista, por citar algo del Cronopio Mayor.

Animal Distinto es una obra que se reinventa en sus distintas metamorfosis. Primero es una caja de sorpresas; uno la abre sin tener la certeza de qué es lo que se va a encontrar dentro de ella: ¿poesía?, ¿crónica?, ¿minificción?, ¿artículo? ¿ensayo breve?... La sorpresa es que Animal Distinto es todo eso a la vez. Entonces la caja misteriosa se transforma en un pequeño Aleph en el que conviven muchos mundos reales e imaginarios. Vienen a mis recuerdos las palabras de Borges: “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.” Cuando uno abre al azar el Libro Aleph [Uno de los atributos del libro es que la lectura puede comenzar en cualquiera de sus páginas; cada página puede ser indistintamente principio o fin], surgen, además de las palabras, imágenes que armonizan de un modo perfecto con la escritura. De este modo, tenemos una segunda transformación, el Libro Aleph ahora es un cubo de Rubik de piezas y colores perfectamente ensamblados, en armonía. En sus páginas conviven el dibujo y la poesía, o el dibujo y la minificción, o la crónica y la fotografía, o el artículo breve y la poesía…

El día en que recibo el maravilloso Libro Aleph de manos de su autora, lo abro al azar y encuentro la imagen de Woody Guthrie, el gran músico de folk; ¡Es el maestro musical de Bob Dylan!, exclamo. Así es máster, me responde la escritora con su natural sonrisa (sonrisa envidiable porque a mí siempre me cuesta sonreír). Por la noche leo el breve artículo sobre Guthrie. Cito unas palabras: “Reconocer la importancia de la literatura de Bob Dylan por la academia sueca, es reconocer también el valor de las ideas de Guthrie y de todos los otros que tomaron la guitarra como this the machine kills fascists.” Muy cierto, me digo. Guthrie también se involucró en la literatura, incluso de modo más directo que el mismo Dylan. Además de sus muchas letras de canciones, pisó de manera firme el terreno de la narrativa. Recuerdo que en mi cabecera tengo una novela de este excelente músico: Una casa de tierra, una obra conmovedora que me dejó el corazón frío durante algún tiempo después de haberla leído.

Continúo con mi juego de abrir al azar el Libro Aleph. Me encuentro ahora con una fotografía: la escritora con el boxeador, excampeón mundial, Rubén Olivares. “Con el campeón mundial de boxeo Rubén Olivares “El Púas” en el mercado de antigüedades de La Lagunilla.”, dice el pie de fotografía; una crónica visual para la historia. La imagen me remite a un recuerdo, cuando el famoso “Púas” se lanzó para diputado hace ya varias décadas regalando barricas de pulque en cada uno de sus mítines; su eslogan era algo así como “Knock out a los hambreadores del pueblo.” Pienso que la autora y el boxeador son campeones cada uno en lo suyo, por eso sonríen a la cámara.

Voy a otra página de manera aleatoria y aparece un par de anécdotas: se titula Librera. El relato me recuerda una historia jocosa donde yo me convertí en comprador de mi propio libro que por descuido no había guardado. La autora nos habla de La visión de un anticuario, una obra que compró su propio autor. La otra anécdota es menos divertida, más conmovedora: alguien (al parecer un indigente) diciéndole a la escritora: Regálame un libro, carnalita…”¿qué libro le das a una persona tan vulnerable?”, se pregunta ella. Después de pensarlo por un par de minutos: “Toma, compita, y que la dignidad del Mahatma te sea de utilidad.”

El azar me lleva al poema que nos da el título: Animal Distinto. Leo y transcribo un fragmento:

Cuando la garra de la muerte
Ha rasgado nuestro corazón
Sólo queda cerrar los ojos hacia adentro…
Al sonido de los crótalos y las abejas reina
Un animal distinto
Un animal distinto
Animala/animal.


Sigo explorando al azar. Del Libro Aleph se desborda una crónica que abarca cinco páginas y dos imágenes: una de Patti Smith y otra de la autora, posterizada. El título es “Nomber Six”, el lugar que la escritora ocupó en la fila de espera para el recital de Patti Smith en La Casa del Lago. “la única regalía por madrugar fue estar en la primera fila.”, dice quien había llegado “a las seis con treinta” para un recital que comenzaría hasta en la tarde. En el texto se describen las evocaciones de la escritora convertida en público. Son inevitables los recuerdos Bob Dylan y Woody Guthrie, de John Lennon y Yoko Ono, y hasta Roberto Bolaño. “Me quedo con tres acordes de guitarra, de esa tercerola flamenca que Patti besó tiernamente cuando la separó de su cuerpo; con esa sonrisa sacerdotal que me regaló por haber madrugado, con los altos registros de su voz que desafiaron los cables nunca libres de oxígeno, con las lágrimas de emoción que la hicimos derramar, manos arriba. Y con ese suspiro, que la hizo buscar el brazo de Lenny Kaye para sostenerse, cuando salió del escenario la primera vez. Y regresó por más.”

Sin ningún orden [la generosidad del libro me lo permite], vuelvo a la exploración del Libro Aleph. Un pequeño relato, unas cuantas líneas, todas poderosas dedicadas a Bob Dylan, el dios tutelar de la escritora [Y creo que también lo es para mí]. Debajo del texto, una fotografía de Dylan de espaldas en una calle, mirando a unos niños quienes a su vez lo miran con curiosidad. Me deleito con la prosa poética de su autora: “Desde 1969 estuve enojada con Bob Dylan. Después nací y me reconcilié con él. Luego le dieron el premio Nobel de literatura y, como sucedió con Patti Smith, se me olvidó la canción.

“Entonces, para enmendarme imprimo las letras de sus canciones; recorto los versos, los meto en sobres, los sello y los agito durante tres minutos. Posteriormente, los obsequio a jóvenes de corazón inquieto, y surgen cadáveres exquisitos con nueva poesía; una banda sonora donde Dylan vivirá por siempre.”

Doy vuelta a la página y me encuentro con la fotografía de Leonard Cohen, de perfil recargado en el marco de una puerta; mira hacia la calle. La imagen inspira en la escritora un poema. Transcribo unos versos:


COHEN

¿Qué decir de la lluvia?
Un bloque de hielo interno.
Entonces, busco el abrigo
Como a un amante que se extraña.

… 
Es otra la que llora
Porque Yo
Estoy bailando
Un vals
Dulce
Meditado
Entre sonrisas de salvia.
Leonard Cohen ha muerto.
¿Qué decir de la lluvia?
¿Lluvia salada, amarga?
Siempre una triste lluvia…

Continúo con la exploración y con la lectura, pero ya no escribo. Cuando termino de leer el reloj marca las 2:32 de la noche. Entonces me dispongo a soñar con el Libro Aleph.

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Por Edmundo Martínez García, escritor e impulsor de distintos foros y talleres literarios. Tiene tres obras publicadas: Mano de gato, Si lo ves, dile al General Vicente Guerrero que los nazis ya están aquí y su más reciente compilación: Antropomorfo.Cuentos a dos de tres caídas sin límite de tiempo