Amor, discurso, silencio

Para Andrea
porque te encuentro en cada lisonja 
presente, pasada o futura, 
que las poetisas y los poetas 
han arrojado al mundo.

El amor es lo indecible del mundo. Lo hemos sentido, sin duda alguna. De igual manera hemos experimentado su duración en distintos tempos. Su gran incógnita es su gran necesidad. Sin embargo, la manera en que nos enfrentamos a este fenómeno es siempre confuso. Tomamos el mundo de lo aparente como referencia para saber qué es y cómo debe sentirse o hasta practicarse.

El amor entre Dulcinea y Don Quijote.
El amor idealizado entre Dulcinea y Don Quijote.

Lo anterior es lo que Maurice Merleau-Ponty logró observar y diferenciar. Por un lado, existen la presencia del fenómeno sobre el mundo y las cosas en él. Por el otro, existe realmente el fenómeno sin más, es aquello que solo por un instante podemos develar, nuestra percepción lo aprende en un instante y, después, vuelve a desaparecer, así como vino, sin avisar. Solo nos queda una profunda nada. Lo mismo sucede con el amor; lo conocemos a partir de un millar de discursos, pero nos llega a conmover en el silencio.

Como discurso hemos escuchado la manera en que la humanidad, en su diversidad cultural, ha expresado su existencia. Uno de los discursos más comunes del amor nace de la mitología helénica. Eros o Cupido, el dios del Amor, se le representa como un niño alado y desnudo, suele cargar con un arco y unas flechas y cubre sus ojos con una banda blanca.

Los ojos vendados y su juventud son referentes del descuido para lanzar sus flechas, los afortunados flechados quedarán instantáneamente enamorados, serán el uno para el otro. El folclor cultural ha llevado al dios a las tarjetas de la industria cultural, convirtiéndose en una promesa de festividad, sus rizos dorados y su flecha con punta de corazón se verá a diestra y siniestra.

Pero el amor es una cosa más allá de una tarjeta. También es una pasión proveniente de un hechizo. Esto nace de los cantares y romances medievales. En aquel milenio, las uniones se consensuaban para la adquisición de poder, tierras y hasta reinos. Así, en El cantar de Roldán, Amadís de Gaula, entre otros, marcaron la nobleza de amor, como una forma de demostrar quien era digno de tener a la mujer realmente amada. El sacrificio, las luchas muerte con gigantes y ogros, las empresas cristianas, dieron forma al caballero para ser digno del amor de una noble dama. Este acto de promesas sin fin es el amor romántico que nos ha tocado deconstruir a inicios del siglo XXI.

Una de las novelas caballerescas más importantes que tiene como centro el amor es la leyenda de Tristán e Iseo. Este romance da forma a nuestro sentido moderno de amor. Nos sentimos atraídos por otra persona (a veces sabemos que no la podemos amar), pero el guiño entre el mundo medieval y moderno se encuentra en que su amor es producto de un hechizo, una poción para constituir una nueva concepción del amor capaz de superar las constricciones sociales y religiosas en las que se veía inmersos los protagonistas. Así se rompe con el amor cortés, dos personas que han negado su condición social (legítimas o no) para unirse por algo más allá: amor.

Como en caso de Eros este vínculo medieval se ha perpetuado hasta nuestros días. Quién no recuerda cualquier novela del horario estelar en la cual una pareja se une por un deseo más allá que el de sus condiciones de existencia.

De igual manera existe un amor idealizado. Justamente, este discurso sobre el amor emana de una fuerte crítica a las novelas de caballería. Fue Miguel de Cervantes, en la maravillosa novela Don Quijote de la Mancha, en la cual desdibuja el amor cortesano para llevarlo a un nuevo camino. Si bien podemos situar el amor quijotesco dentro de las características de un amor cortés, idealista y devoto, su idealismo rompe con el ideal medieval. De alguna manera aquí, el ideal es el meollo del asunto, puesto que El Hidalgo sueña profundamente la imagen de Dulcinea del Toboso, la cual solo existe en la disparatada cabeza del Caballero de la triste figura.

Al final, el amor es devoción por el ser ideal, pero, sobre todo, unipersonal, es decir, además de ser un amor postergado, este era un sentimiento que corresponde al valeroso Hidalgo, solo a él y a nadie más.

La historia cultural está llena de ejemplos de estas narrativas del amor, que se convierten en parte vital de nuestra vida diaria, donde nos sentimos tan apelados a ello que queremos con desesperación sentirlo.

Una última versión de los discursos amorosos provienen de una nueva ola que llega a occidente: El hilo rojo. Esta leyenda ancestral nipona afirma que aquellas personas destinadas a estar unidos (por el hilo rojo) son almas gemelas. Vivirán una historia trascendente, no importa cuánto tiempo pase o las circunstancias que se encuentren en la vida, estarán juntos. Así pues, el hilo rojo puede enredarse, estirarse, tensarse o desgastarse, por muchas vidas, pero jamás se romperá. Creo que esta idea de amor es de las más bellas que existen, no sólo es una cuestión de destino, es una cuestión de decisión de las personas.

Así pues, para mí, el amor es el sentimiento más profundo, es una pasión que sólo he podido ver reflejada en tres discursos. En ellos se revela algo, solo por un pequeño instante y desaparece. El fenómeno del amor es tan efímero como la profunda marca que deja en nuestro ser. Ahora bien, quizás estoy atrapado por el discurso fílmico, pero espero se me conceda esta banalidad, sólo en la oscura sala del celuloide (o en la sala la de la casa con las luces apagadas, por cuestiones pandémicas) he podido quedar absorto en ese pequeño instante y dejarme ir.

La primera vez que reconocí ese fenómeno fue en una sala de cine universitario en el cual se proyectaban películas de la muestra internacional de cine (no recuerdo el año). Fue con la cinta Los amantes del círculo polar. En ella, el críptico director Julio Medem, nos cuenta la historia de Ana y Otto dos niños que se reencontraran en su vida adulta ante el sol de medianoche en el círculo polar ártico de Laponia, Finlandia. El círculo de la trama se encuentra en el discurso del amor romántico, puesto que existe la omnipresencia de un deseo, una pasión idealizada, hasta segadora, empero, lo real no deja de hacer presencia, pérdidas traumáticas, efímeras relaciones, desencuentros entre las personas y la muerte conforman el arco de la vida. Todo ello se ve atravesado por un silencio, un mensaje escrito en un avión de papel, un avión que recorrerá su camino hasta el fin del mundo y, causará, una mirada con un reflejo sin tiempo, instante que se fija en lo eterno; el trágico amor de los amantes del círculo polar quedará en un verso inaudible, en unas pupilas que se oscurecen con el reflejo del ser amado.

El tiempo termina por ocultarnos esos efímeros momentos. Ese momento se despertó, una vez más, por la directora Sofía Coppola con su película Lost in Traslation. Filme que muestra el encuentro entre dos personas en una ciudad extraña. Extraña porque se encuentra al otro lado del mundo donde tienen otro idioma, otra comida, otra tortedad por completo. La trama gira en torno a un hombre desilusionado y una joven en crisis existencial que comienzan a verse durante varias noches en un lujoso bar de un hotel de Tokio. Pasan momentos divertidos, se divierten y cuidan; surge una conexión en su pérdida de rumbo. El amor es ternura y comprensión que, en muchas ocasiones, no encontramos en nuestros seres más allegados. La pareja también termina en tragedia y los intensos momentos que vivieron hace difícil la despedida.

Lost Translation (2003), de Sofia Coppola.

Somos incapaces de expresar correctamente lo que sentimos, sin embargo, en un momento extraordinario de lucidez encontramos, entre los nudos de la cabeza, las palabras exactas que queremos decirle a ese ser amado y que solo pueden pronunciarse mediante un susurro corto, preciso, sugerente e íntimo durante un eterno abrazo que apenas roza el medio minuto en la mitad de la calle más concurrida de la capital nipona. Así termina la historia, con un beso y después ambos personajes continúan su camino.

El amor como un silencio puede durar una octava o toda una canción, como lo demostró John Cash con su cuatro, treinta y tres. El silencio es de las cosas más apabullantes que existe, pero es necesario para que los fenómenos, como el amor, puedan revelarse. Esto me ocurrió con el drama fantástico de David Lowery, su película Ghost Story. En este filme la pareja tiene un desacuerdo, además hay un ruido raro durante la noche, es un piado que se teclea solo. Para que el drama surja uno de ellos muere, y para que sea una fantasía no puede dejar este mundo. El fantasma observa a la persona sobreviviente durante semanas, hasta que deja la casa, así, el fantasma se queda y pasa su eternidad esperando y pretendiendo terminar lo que no tiene final.

El amor surge como conversaciones sin palabras, canciones melancólicas y notas incrustadas en la pared, más aún, el amor es un sentimiento profundo y vacío que ni millones de pasteles pueden llenar, sólo el tiempo nos puede enseñar a vivir con el vacío. Como bien se sabe, los fantasmas no viven el tiempo de estas tres dimensiones, así, el fantasma intenta cambiar el trágico destino, pero falla. Al regresar al mismo instante, el fantasma logra tomar la nota que su ser amado ha dejado en la pared, con sus manos, envueltas en la sábana blanca, desdobla el mensaje, con su mirada oscura y profunda recorre las letras y palabras, descifra el mensaje, en ese instante, después de la eternidad, el fantasma deja este plano para ir al que pertenece.

Sin duda, el amor es un horrísono silencioso y profundo en nuestras almas. En fin, como dijo Goethe: «Sin el amor, ¿qué sería del mundo para nuestro corazón? Lo que una linterna mágica sin luz».

Al final, encontré esa luz, sólo el tiempo dirá que pasará con ese bello y silencioso resplandor.

Ulises Adrián Reyes Hernández. Filósofo y sociólogo, avec son coeur amoureux.