Protesta y legitimidad social de los movimientos estudiantiles

La protesta social es una de las pocas formas en que la sociedad organizada puede expresar de manera manifiesta y consistente su postura respecto a una acción emprendida por una autoridad.

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Ciudad Universitaria.

Una huelga, una manifestación o un plantón son parte natural de vivir en las ciudades del mundo, por ejemplo, en la Ciudad de México, alrededor de la Secretaría de Gobernación o en la Plaza de la Constitución es común encontrar grupos, de mayor o menor cantidad, dispuestos a exigir justicia. Sin embargo, cuando el derecho de un grupo contraviene al propio de uno mayor, no es precisamente un problema para los afectados, sino para los protestantes, quienes degradan poco a poco su legitimidad social.
El año de 1968 marcó la historia del México contemporáneo. Comenzó como una riña deportiva y derivó en una actuación desmesurada de la fuerza del Estado, que no hizo más que incrementarse a medida que el 2 de octubre se acercaba. Las reclamaciones de aquel entonces pueden resumirse en la exigencia de libertad y justicia para un grupo de jóvenes, quienes en ese entonces fueron considerados una amenaza a la paz pública.
La legitimidad social durante el desarrollo del conflicto era latente por tres razones: la creencia popular de que la juventud es el futuro de la nación; el discurso oficial, en el cual los estudiantes universitarios son vistos como parte de la modernización del país; y, por ser un sector muy visible dado su perfil y su activismo político. Pero la historia demostró que el autoritarismo puede más que el respaldo que una sociedad puede dar a causas auténticas y con las cuales la mayoría se identifica.
En aquella ocasión, el cuerpo estudiantil y el académico dieron muestra de su avance en lo político y lo intelectual al seguir el ejemplo de sus colegas franceses, quienes en mayo de ese mismo año protestaron contra la inflexibilidad capitalista y socialista en el marco de la Guerra Fría. Dicha protesta implicó la exigencia de una democracia más abierta y una relación con el poder más franca.
En Francia, el conflicto asumió la apariencia de una batalla campal, donde la actividad productiva se vio detenida del todo, al punto de no disponer de los suministros básicos; razón por la cual, este movimiento pronto perdió su legitimidad social, como reacción se reforzó la figura presidencial francesa, que en dicho año estaba a cargo de Charles de Gaulle.
Pero en México sucedió lo contrario. El presidente, el líder todo poderoso, presentó al ejercito como su agente negociador a punta de fusil. Ahora, Díaz Ordaz y Luis Echeverría son figuras non gratas de la historia nacional y el 2 de octubre es una fecha insigne dentro de la protesta social, especialmente las relacionadas con causas estudiantiles.
Otro punto álgido de la protesta universitaria se vivió en 1999, cuando la comunidad estudiantil debió enfrentar un cambio en el reglamento de pagos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esta protesta fue respaldada por 92,355 estudiantes quienes buscaban derogar la nueva legislación respecto a diversos pagos a realizarse durante el curso y titulación, específicamente establecía el cobro de cuotas semestrales obligatorias de 15 días de salario mínimo para bachillerato y nivel técnico y 20 días para licenciatura.
Además, en los posgrados el monto de inscripción se fijaría bajo criterio de las autoridades del programa. Como ejemplo del posible abuso de esta medida puede señalarse lo siguiente: un estudiante de medicina, universitario de primera generación, perteneciente a una familia con escasos recursos, no podría ejercer profesionalmente si no presenta su examen profesional, el cual tenía un costo, según dicho reglamento, de 40 días de salario mínimo.
Fue un movimiento que dividió a la sociedad, por un lado, la llamada derecha llamó a detener la huelga y a aceptar las nuevas condiciones reglamentarias. En contraste, su contraparte ideológica se colocó a favor del cumplimiento de las demandas estudiantiles, al considerar su imposición una privatización de la educación pública. El punto más alto de la crisis fue cuando la Policía Federal Preventiva tomó las instalaciones de Ciudad Universitaria como una medida para mantener la paz pública, y además de arrestó a 700 activistas.

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Huelga en la UNAM (1999).

El saldo del movimiento de nueva cuenta puede darse en función a la legitimidad; por ejemplo, las acciones que tomaron las altas instancias universitarias fueron efectivas cuando se convocó a plebiscito y a cancelar las nuevas cuotas a las colegiaturas universitarias. Esto logró disolver las causas de inconformidad, lo que dio paso a volver a las aulas y recuperar la confianza que la nación debe sentir hacia su Máxima Casa de Estudios. Sin embargo, la radicalidad de algunos líderes mantuvo la huelga vigente. Una decisión cuyo producto fue su inminente final, pues su lucha ya no era representativa de la comunidad, en otras palabras, ya había perdido su legitimidad social.
En nuestros días el entorno político de la UNAM tiene en el foco de la atención pública la lucha de mujeres, en su mayoría estudiantes, quienes protestan contra el acoso y el abuso sexual del que son víctimas por parte de docentes y administrativos de la institución. Destaca el caso de Tania Elis Hernández, quien fue puesta en prisión por tomar las instalaciones de la FES Acatlán y dañar la propiedad privada del plantel. La notoriedad de la situación, al ser expuesta en los medios, resolvió a favor de la estudiante, quien recuperó su libertad. Pero esto no expresa del todo la legitimidad social de la lucha feminista dentro de esta casa de estudios, porque ahora desde las redes sociales, una publicación puede tener un gran alcance dentro del “círculo rojo” que posibilita la acción desde la cima, pero no respaldada por la sociedad. Lamentablemente, esta causa es justa pero no resuena con la fuerza necesaria para ser compartida.
Las protestas ganan su legitimidad en función de la causa defendida; no la ganan en las calles, es cuestión justicia y de empatía. Protestar no es salir a la calle a detener al mundo para obtener notoriedad, sino de hacer común una lucha en favor de todos sin importar el medio elegido, sea el espacio público o el virtual.

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Por: Fernando Gómez Castellanos, periodista, y doctor en Comunicación por la UNAM. | Twitter: @Herr_Fer.