Amado Nervo fue un poeta, escritor y diplomático mexicano. En sus inicios colaboró en la Revista Azul, dirigida por Manuel Gutiérrez Nájera. Formó parte de la redacción de El Universal, El Nacional y El Mundo. Dentro del servicio gubernamental fue Ministro plenipotenciario en Argentina, Uruguay y España. Entre los literatos con quien entabló amistad tanto en México como en el extranjero se encuentra Luis G. Urbina, José Santos Chocano, Oscar Wilde y Rubén Darío, con quien su amistad fue fraternal.
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla?
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido?
Fui templario, ¿do está mi recia malla?
¿En qué campo sangriento de batalla
me dejaron así, triste y vencido?
¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena
su fulgor mi conciencia? Tengo miedo
a la duda terrible que envenena,
y me miras rodar sobre la arena
¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo!
¡Oh!, siglo decadente, que te jactas
de poseer la verdad; tú que haces gala
de que con Dios y con la muerte pactas,
devuélveme mi fe, yo soy un Chactas
que acaricia el cadáver de su Atala...
Amaba y me decías: "analiza".
Y murió mi pasión. Luchaba fiero
con Jesús por coraza, y en la liza
desmembró mi coraza, triza a triza,
el filo penetrante de tu acero.
¡Tengo sed de saber y no me enseñas;
tengo sed de avanzar y no me ayudas;
tengo sed de creer y me despeñas
en el mar de teorías en que sueñas
hallar las soluciones de tus dudas!
Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo
batallar sin amor, sin fe serena
que ilumine mi ruta, y tengo miedo...
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo,
vestal, ¡que no me maten en la arena!
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La selección poética de Amado Nervo fue realizada por la redacción de Apóstrofe, tomada de Wikisource.
Amado Nervo, poeta, escritor y diplomático mexicano. |
Amado Ruiz de Nervo Ordaz, es su nombre completo; nació el 27 de agosto de 1870 en Tepic, Jalisco, hoy Tepic, Nayarit. Falleció el 24 de mayo de 1919, en Montevideo, Uruguay. Nervo contrajo matrimonio con Ana Cecilia Luisa Daillez; sin embargo, tuvo una prematura muerte, en 1912. Dicha pérdida inspiraron los poemas de La amada inmóvil, publicado póstumamente en 1922.
Su literatura fue relacionada con la corriente modernista. Destacó como poeta, pero también escribió novela y ensayo. Su estilo está cargado de misticismo y tristeza. Entre su obra poética se encuentra: Poemas (1901), El éxodo y las flores del camino, Lira heroica (1902), Las voces (1904) y Jardines interiores (1905). En novela están: Pascual Aguilera (1892 y 1899), El bachiller (1895), El donador de almas (1899), El diablo desinteresado (1916). En ensayo: Juana de Asbaje, biografía de Sor Juana Inés de la Cruz (1910) y Mis filosofías (1912).
A continuación te presentamos una selección poética de Amado Nervo perteneciente a su poemario: Místicas, publicado en 1898.
─IV─
Gótica
Para Balbino Dávalos
Solitario recinto de la abadía;
tristes patios, arcadas de recias claves,
desmanteladas celdas, capilla fría
de historiados altares, de sillería
de roble, domo excelso y obscuras naves;
solitario recinto: ¡cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Heme aquí con vosotras, las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...
Enfermo de la vida, busco la plática
con Dios, en el misterio de su santuario:
tengo sed de idealismo... Legión extática,
de monjas demacradas de faz hierática,
decid: ¿aún vive Cristo tras el sagrario? Levantaos del polvo, llenad el coro;
los breviarios aguardan en los sitiales,
que vibre vuestro salmo limpio y sonoro,
en tanto que el Poniente nimba de oro
las testas de los santos en los vitrales...
¡Oh claustro silencioso, cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Oraré mientras duermen las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...
─VIII─
Apocalíptica
I
Y vi las sombras de los que fueron,
en sus sepulcros, y así clamaron:
“¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
II
“La noche asperja los cielos de oro;
mas cada estrella del negro manto
es una gota de nuestro lloro...
¿Verdad que hay muchas? ¡Lloramos tanto...!”
III
“¡Ay, de los seres que se quisieron
y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
IV
Hui angustiado, lleno de horrores;
pero la turba conmigo huía,
y con sollozos desgarradores
su ritornello feroz seguía.
V
“¡Ay, de los seres que se quisieron
Y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
VI
Y he aquí los astros —¡chispas de fraguas
del viejo cosmos!— que descendían
Y, al apagarse sobre las aguas,
en hiel y absintio las convertían.
VII
Y a los fantasmas su voz unieron
los Siete Truenos; estremecieron
el Infinito y así clamaron:
“¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
─XV─
A Némesis
Tu brazo en el pesar me precipita,
me robas cuanto el alma me recrea,
y casi nada tengo: flor que orea
tu aliento de simún, se me marchita.
Pero crece mi fe junto a mi cuita,
y digo como el Justo de Idumea:
Así lo quiere Dios, ¡bendito sea!
El Señor me lo da, Él me lo quita.
Que medre tu furor, nada me importa:
puedo todo en AQUEL que me conforta,
y me resigno al duelo que me mata;
Porque, roja visión en noche oscura,
Cristo va por mi vía de amargura
agitando su túnica escarlata.
─XVII─
A sor Quimera
A continuación te presentamos una selección poética de Amado Nervo perteneciente a su poemario: Místicas, publicado en 1898.
─IV─
Gótica
Para Balbino Dávalos
Solitario recinto de la abadía;
tristes patios, arcadas de recias claves,
desmanteladas celdas, capilla fría
de historiados altares, de sillería
de roble, domo excelso y obscuras naves;
solitario recinto: ¡cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Heme aquí con vosotras, las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...
Enfermo de la vida, busco la plática
con Dios, en el misterio de su santuario:
tengo sed de idealismo... Legión extática,
de monjas demacradas de faz hierática,
decid: ¿aún vive Cristo tras el sagrario? Levantaos del polvo, llenad el coro;
los breviarios aguardan en los sitiales,
que vibre vuestro salmo limpio y sonoro,
en tanto que el Poniente nimba de oro
las testas de los santos en los vitrales...
¡Oh claustro silencioso, cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Oraré mientras duermen las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...
─VIII─
Apocalíptica
I
Y vi las sombras de los que fueron,
en sus sepulcros, y así clamaron:
“¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
II
“La noche asperja los cielos de oro;
mas cada estrella del negro manto
es una gota de nuestro lloro...
¿Verdad que hay muchas? ¡Lloramos tanto...!”
III
“¡Ay, de los seres que se quisieron
y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
IV
Hui angustiado, lleno de horrores;
pero la turba conmigo huía,
y con sollozos desgarradores
su ritornello feroz seguía.
V
“¡Ay, de los seres que se quisieron
Y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
VI
Y he aquí los astros —¡chispas de fraguas
del viejo cosmos!— que descendían
Y, al apagarse sobre las aguas,
en hiel y absintio las convertían.
VII
Y a los fantasmas su voz unieron
los Siete Truenos; estremecieron
el Infinito y así clamaron:
“¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!”
─XV─
A Némesis
Tu brazo en el pesar me precipita,
me robas cuanto el alma me recrea,
y casi nada tengo: flor que orea
tu aliento de simún, se me marchita.
Pero crece mi fe junto a mi cuita,
y digo como el Justo de Idumea:
Así lo quiere Dios, ¡bendito sea!
El Señor me lo da, Él me lo quita.
Que medre tu furor, nada me importa:
puedo todo en AQUEL que me conforta,
y me resigno al duelo que me mata;
Porque, roja visión en noche oscura,
Cristo va por mi vía de amargura
agitando su túnica escarlata.
─XVII─
A sor Quimera
Para Luis G. Urbina
Pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen.
I
En nombre de tu rostro de lirio enfermo,
en nombre de tu seno, frágil abrigo
donde en noches pobladas de espanto duermo,
¡yo te bendigo!
En nombre de tus ojos de adormideras,
doliente y solitario fanal que sigo;
en nombre de lo inmenso de tus ojeras, ¡yo te bendigo!
II
Yo te dedico
el ímpetu orgulloso con que en las cimas
de todos los calvarios, me crucifico
iluso ¡pretendiendo que te redimas!
Yo te consagro
un cuerpo que martirio sólo atesora
y un alma siempre oscura, que por milagro,
del cáliz de ese cuerpo no se evapora...
III
Mujer, tu sangre yela mi sangre cálida;
mujer, tus besos fingen besos de estrella;
mujer, todos me dicen que eres muy pálida,
pero muy bella...
Te hizo el Dios tremendo mi desposada;
ven, te aguardo en un lecho nupcial de espinas;
no puedes alejarte de mi jornada,
porque une nuestras vidas ensangrentada
cadena de cilicios y disciplinas.
─XVIII─
El beso-fantasma
Para Rubén M. Campos
Yo soñé con un beso, con un beso postrero
en la lívida boca del Señor solitario
que desgarra sus carnes sobre el tosco madero
en el nicho más íntimo del vetusto santuario.
Cuando invaden las sombras el tranquilo crucero,
parpadea la llama de la luz del sagrario,
y agitando en el puño su herrumbroso llavero,
se dirige a las puertas del recinto el ostiario.
Con un beso infinito, cual los besos voraces
que se dan los amados en la noche de bodas,
enredando sus cuerpos como lianas tenaces...
Con un beso que fuera mi palladium bendito
para todas las ansias de mi ser, para todas
las caricias bermejas que me ofrece el delito.
─XXII─
Poetas místicos
Para Jesús E. Valenzuela.
Bardos de frente sombría
y de perfil desprendido
de alguna vieja medalla;
los de la gran señoría,
los de mirar distraído,
los de la voz que avasalla.
Teólogos graves e intensos,
vasos de amor desprovistos,
vasos henchidos de penas;
los de los ojos inmensos,
los de las caras de cristos,
los de las grandes melenas:
mi musa, la virgen fría
que vuela en pos del olvido,
tan sólo embelesos halla
en vuestra gran señoría,
vuestro mirar distraído
y vuestra voz que avasalla.
Mi alma que os busca entrevistos
tras de los leves inciensos,
bajo las naves serenas,
ama esas caras de cristos,
ama esos ojos inmensos ama esas grandes melenas.
─XXIX─
Incoherencias
Para José I. Bandera.
I
En nombre de tu rostro de lirio enfermo,
en nombre de tu seno, frágil abrigo
donde en noches pobladas de espanto duermo,
¡yo te bendigo!
En nombre de tus ojos de adormideras,
doliente y solitario fanal que sigo;
en nombre de lo inmenso de tus ojeras, ¡yo te bendigo!
II
Yo te dedico
el ímpetu orgulloso con que en las cimas
de todos los calvarios, me crucifico
iluso ¡pretendiendo que te redimas!
Yo te consagro
un cuerpo que martirio sólo atesora
y un alma siempre oscura, que por milagro,
del cáliz de ese cuerpo no se evapora...
III
Mujer, tu sangre yela mi sangre cálida;
mujer, tus besos fingen besos de estrella;
mujer, todos me dicen que eres muy pálida,
pero muy bella...
Te hizo el Dios tremendo mi desposada;
ven, te aguardo en un lecho nupcial de espinas;
no puedes alejarte de mi jornada,
porque une nuestras vidas ensangrentada
cadena de cilicios y disciplinas.
─XVIII─
El beso-fantasma
Para Rubén M. Campos
Yo soñé con un beso, con un beso postrero
en la lívida boca del Señor solitario
que desgarra sus carnes sobre el tosco madero
en el nicho más íntimo del vetusto santuario.
Cuando invaden las sombras el tranquilo crucero,
parpadea la llama de la luz del sagrario,
y agitando en el puño su herrumbroso llavero,
se dirige a las puertas del recinto el ostiario.
Con un beso infinito, cual los besos voraces
que se dan los amados en la noche de bodas,
enredando sus cuerpos como lianas tenaces...
Con un beso que fuera mi palladium bendito
para todas las ansias de mi ser, para todas
las caricias bermejas que me ofrece el delito.
─XXII─
Poetas místicos
Para Jesús E. Valenzuela.
Bardos de frente sombría
y de perfil desprendido
de alguna vieja medalla;
los de la gran señoría,
los de mirar distraído,
los de la voz que avasalla.
Teólogos graves e intensos,
vasos de amor desprovistos,
vasos henchidos de penas;
los de los ojos inmensos,
los de las caras de cristos,
los de las grandes melenas:
mi musa, la virgen fría
que vuela en pos del olvido,
tan sólo embelesos halla
en vuestra gran señoría,
vuestro mirar distraído
y vuestra voz que avasalla.
Mi alma que os busca entrevistos
tras de los leves inciensos,
bajo las naves serenas,
ama esas caras de cristos,
ama esos ojos inmensos ama esas grandes melenas.
─XXIX─
Incoherencias
Para José I. Bandera.
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla?
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido?
Fui templario, ¿do está mi recia malla?
¿En qué campo sangriento de batalla
me dejaron así, triste y vencido?
¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena
su fulgor mi conciencia? Tengo miedo
a la duda terrible que envenena,
y me miras rodar sobre la arena
¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo!
¡Oh!, siglo decadente, que te jactas
de poseer la verdad; tú que haces gala
de que con Dios y con la muerte pactas,
devuélveme mi fe, yo soy un Chactas
que acaricia el cadáver de su Atala...
Amaba y me decías: "analiza".
Y murió mi pasión. Luchaba fiero
con Jesús por coraza, y en la liza
desmembró mi coraza, triza a triza,
el filo penetrante de tu acero.
¡Tengo sed de saber y no me enseñas;
tengo sed de avanzar y no me ayudas;
tengo sed de creer y me despeñas
en el mar de teorías en que sueñas
hallar las soluciones de tus dudas!
Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo
batallar sin amor, sin fe serena
que ilumine mi ruta, y tengo miedo...
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo,
vestal, ¡que no me maten en la arena!
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La selección poética de Amado Nervo fue realizada por la redacción de Apóstrofe, tomada de Wikisource.