
Asesorados por nuestros luteranos, miro a los yanquis que vienen a evangelizar al harapo que algunos llaman raza indígena y a los ribetes de población que separan a la gleba de la clase media. Vienen con sus mujeres estos sacerdotes, del peor modo carnales, carnales evangélicamente. A su vista he comprendido la gran fuerza autoritaria ejercida por el celibato romano, cualesquiera que sean sus despeñaderos.
Digno o indigno el clérigo célibe, no descubro qué autoridad pueden lograr, ante nuestra malicia latina, los pastores que dentro de la ley, se regalan al igual de las ovejas. El endiablado olfato, herencia de moriscos, inquisidores y sacrificadores del Monolito descorazonado, distingue, dos horas después de los sucesos, en cada mano teocrática, el aroma de los salmos y las montuosas resinas de Afrodita.
Digno o indigno el clérigo célibe, no descubro qué autoridad pueden lograr, ante nuestra malicia latina, los pastores que dentro de la ley, se regalan al igual de las ovejas. El endiablado olfato, herencia de moriscos, inquisidores y sacrificadores del Monolito descorazonado, distingue, dos horas después de los sucesos, en cada mano teocrática, el aroma de los salmos y las montuosas resinas de Afrodita.
No le demos vueltas. Roma, entre sus genuinas sagacidades, cuenta la de haber fijado en la columna vertebral la diferencia consuetudinaria, incesante y natural, que coloca al hombre del cayado dos codos arriba de los hombres de la grey.
En México, las gentes de responsabilidad intelectual no pueden ser más que librepensadores o católicos. Las componendas del libre examen resultan sobradas de ingenuidad para el temperamento criollo.
Sobre las plebes, parece avanzar el protestantismo. Nuestra dolorosa nacionalidad, discutida por muchos y negada por no pocos, seguirá achatándose en su arista casi única: la religiosa, si en los palacios diocesanos, y aun en el Nacional, se descuidan. Un día del último febrero, en que con meros ojos de mexicano, dentro de las naves de Guadalupe, vi arder cera en los guantes, cera en los dedos de los niños, cera en el abrazo del peón, cera en la viuda vergonzante, cera en la palma del oficinista, cera, en suma, en las manos abigarradas del Valle, persuadíale de que la médula de la Patria es guadalupana.
Si por las biblias en inglés dejara de serlo, la afinidad para la conquista se hallaría a punto. Las afinidades en un culto pedestre ahogarían la última flor de nuestro denuedo, desatando sobre el país, que fuera aventurero y dogmático, una tempestad de arena.
Nuestra sociedad, enferma de prosa, adolece del vicio consiguiente: lo comodino. Tal es, quizá, su vicio principal, explicación de casi todas sus desdichas. Complementarias de esa prosa comodina, las campanas callejeras de los Ejércitos de Salvación convergen al prurito de ir a los cielos con pasaje ínfimo, a la módica tarifa del mal gusto.
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La conquista es una prosa que aparece en El minutero (1923), y es del poeta modernista mexicano, Ramón López Velarde. Dentro de su obra destaca La suave Patria (1921). Es considerado como El poeta nacional. Nació en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888, falleció en la Ciudad de México el 19 de junio de 1921.
En México, las gentes de responsabilidad intelectual no pueden ser más que librepensadores o católicos. Las componendas del libre examen resultan sobradas de ingenuidad para el temperamento criollo.
Sobre las plebes, parece avanzar el protestantismo. Nuestra dolorosa nacionalidad, discutida por muchos y negada por no pocos, seguirá achatándose en su arista casi única: la religiosa, si en los palacios diocesanos, y aun en el Nacional, se descuidan. Un día del último febrero, en que con meros ojos de mexicano, dentro de las naves de Guadalupe, vi arder cera en los guantes, cera en los dedos de los niños, cera en el abrazo del peón, cera en la viuda vergonzante, cera en la palma del oficinista, cera, en suma, en las manos abigarradas del Valle, persuadíale de que la médula de la Patria es guadalupana.
Si por las biblias en inglés dejara de serlo, la afinidad para la conquista se hallaría a punto. Las afinidades en un culto pedestre ahogarían la última flor de nuestro denuedo, desatando sobre el país, que fuera aventurero y dogmático, una tempestad de arena.
Nuestra sociedad, enferma de prosa, adolece del vicio consiguiente: lo comodino. Tal es, quizá, su vicio principal, explicación de casi todas sus desdichas. Complementarias de esa prosa comodina, las campanas callejeras de los Ejércitos de Salvación convergen al prurito de ir a los cielos con pasaje ínfimo, a la módica tarifa del mal gusto.
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La conquista es una prosa que aparece en El minutero (1923), y es del poeta modernista mexicano, Ramón López Velarde. Dentro de su obra destaca La suave Patria (1921). Es considerado como El poeta nacional. Nació en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888, falleció en la Ciudad de México el 19 de junio de 1921.