Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu

De mente en mente pasan libros, surgen temas, marcan destinos algunos personajes, y nos forzamos o no para identificarnos con actitudes y sentimientos. Pocas son las frases perennes que solemos refugiar en extractos que conforman la mente desde el espíritu. Y las casualidades nos hacen incrédulos, al menos del encuentro fortuito dentro de un estado emocional conveniente.

Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu
Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu.

Para esta obra de Fernando Aramburu, el algoritmo temporal parece obnubilar todo contexto previo al encuentro: es un escrito con amplia aspiración introspectiva, moldeable en la persona del humano que simple y complejamente cuestiona presentes sin expectativa hacia el destino o desdén por el pasado. A veces parece también un alma transmutada en letras que se esfuerza por ocupar un espacio indivisible dentro del espíritu universal que al menos conforme un recuerdo de cintilo en la memoria de la especie.
Son caminos, a través de ellos transitan personas, y de ellas se desprenden olores que reverberan profundamente en retratos de sonrisas pasadas. La mirada de quien aspira al protagonismo de la vida única atrae asimismo sinsabores menoscabados por la experiencia que provee la cuerda finita del tiempo abstraído.
Fernando Aramburu describe líneas con hubieras reflexivos, pero sin arrepentimiento. Su condición de creador de instantes no lo exenta de profundizar en decisiones arriesgadas hacia pendientes limitadas de goce. Tampoco pretende comprometer su narrativa con hipérboles y moralinas convenientes que rematen sus descripciones, como quien cuenta fábulas para reivindicar veredas, ajustar tendencias o cimentar ideologías. El autor apuesta su plenitud y desdén humanos con la intención de reflejar en el corazón del cuerpo de sus lectores toda transparencia prístina de su yo profundo: esa identidad que muere y renace dentro de quienes pausan su inercia cíclica entrañada en la estructura social, a la que inconscientemente se adhieren desde el primer amanecer compartido.
Los saltos entre los paisajes son súbitos retoños de constantes remembranzas sin recurrir al listado interminable de las culpas que en episodios depresivos a veces disfrutamos arrastrar. Esta obra no juzga sin ofrecer perspectivas derivadas de un contexto amplio, fácil de identificar y, por lo tanto, adherido a las tardes de remembranza introspectiva. Al final, no elige la ruta ortodoxa del camino azaroso que, de seguirse necio o empecinado, servirá como ejemplo de aprendizaje para generaciones obligadas a agradecer el trazo.
Autorretrato sin mí habla de ti y de mí como un nosotros hacia el infinito irreversible. Las pinceladas del tiempo en constante remembranza abarcan desde la disposición de cada amanecer irrepetible hasta los últimos destellos del ocaso. Es por ello que en cada relato, el lector merece una pausa para contemplar su reflejo dibujado irónicamente en la ventana que otrora traslucía su desnudez vulnerable al escrutinio de las normas que se incorporan solo porque sí.
En su apasionada disrupción de patrones, el texto transcurre paciente en su cualidad ácrona, por lo que es fácil recurrir a él a cualquier hora del día, transitar por sus descripciones y explorar sus recovecos desde la única e inexorable perspectiva del instante. Las palabras están dispuestas para aprehender los conceptos que urjan en cualquier momento. Esta nobleza revela la intención tan asequible de Aramburu, quien obsequia generosamente su retrato al espejo del lector, quien ve postrados su mente y sentimientos ante un libro que no sabe si él mismo escribió o vivió desde su crónica. Irremediablemente nunca resolverá el origen de su intencionada descripción por la acuciosidad de su vehemencia.
Sumergirse en aquellos personajes que cultivan la experiencia del viaje consciente valora sin duda la única matriz de todo ser que vive. Es el aprecio a la familia el tributo mejor resguardado. Resulta innegable reconocerse al empatizar con los claroscuros de la comuna y sus dinamismos temporales, por lo que más allá de cercenarse en travesías unitarias, la búsqueda es universal, el sentimiento abierto para quien lo quiere mirar, y es la voz interna el sentido de pertenencia más puro, más estable, aunque quizás el más ambiguo. Como el tránsito eterno del mar, cada idea podría despedirse de rostros profundos cuyo corazón ya encendió la vela del recuerdo que sabe apagarse progresivamente hacia la eternidad. La permanencia de cada contacto es valorada en pasajes indelebles entretejidos con paciencia desde la lucidez del pensamiento brillante y tan reflexivo del escritor.
Así pues, esta obra se presenta como un homenaje a la vida más allá del hombre y de su concepción única ante la oportunidad temporal en un universo mancomunado por vicisitudes y emprendimientos. Su huella puede ser tan límpida como sea concebido el viaje que se acorta con cada atardecer, independientemente del trasiego de penurias necesarias en contraste con las alegrías a veces ignoradas. Aramburu se confiesa a cada instante con transparencia como un ser humano poluto por la experiencia dinámica, que para fortuna de sus lectores, no cesa de sorprendernos con agradecimiento por la valía de quien se sabe único y a la vez partícula irremplazable del polvo universal.

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Mauricio Ortega Guzmán
intenta ser humano a través de las puertas creativas de la música y el arte sonoro, la comprensión del presente a través de la historia, la sorpresa única de compartir sentimientos, y el intercambio cognitivo desplegado desde el aula. | Twitter: @MyBravestMask.