Brevedades sobre la muerte

Los pueblos del México prehispánico observaron que todo en la naturaleza tiene un ciclo interminable de vida y muerte. Los mexicas para honrar a sus muertos realizaban dos ceremonias, una para difuntos que fallecieron siendo niños y otra para aquellos que partieron de adultos. Dicha tradición se realizaba en el mes de agosto y coincidía con el fin del ciclo agrícola.
Después de la Conquista, los frailes españoles recorrieron la celebración prehispánica para que coincidieran con las conmemoraciones de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, realizadas el 1 y el 2 de noviembre, respectivamente.

Mictlantecuhtli - Templo Mayor, CDMX.

Consideraban que un guerrero muerto en batalla o en la Piedra de los Sacrificios se convertía en un Compañero del Águila elegido por el dios Huitzilopochtli para ocupar un lugar en el cortejo de su nacimiento hasta llegar al cenit. Y, al cabo de cuatro días, el guerrero reencarnaba en colibrí o en mariposa.
Al pasar el cenit, Huitzilopochtli llegaba al lado occidental del mundo, considerado por los mexicas como el «lado femenino», lugar donde residían las diosas madres. Allí llegaban las mujeres que fallecían dando a luz.
Para aquellos que perdían la vida ahogados o de alguna enfermedad relacionada con el agua, se pensaba que su destino era el paraíso de Tláloc, dios de la lluvia.

El viaje al Mictlán

Quienes no habían sido elegidos por Huitzilopochtli ni Tláloc les esperaba el Mictlán o Chiconauhmictlán, lugar de los muertos, gobernado por el dios Mictlantecuhtli, rey de las almas de los muertos y de los nueve ríos subterráneos.
Los difuntos al llegar allí debían vencer fuertes obstáculos, para dicho viaje se les permitía tener como acompañante un perro, previamente sacrificado e incinerado, el cual era enterrado con el mismo difunto. Ambos vagaban durante cuatro años, y al final debían atravesar un río que iba más allá del Mictlán, y los dejaba en el lugar definitivo donde encontraría reposo eterno.

Cosmovisiones de la muerte en el mundo antiguo

En la cultura griega, los muertos debían llegar al Hades y atravesar por un río sobre una barca guiada por Caronte, el Barquero de la muerte. A los difuntos se les ponía una moneda o una ofrenda para pagar el viaje, quien no lo hacía quedaba en la ribera del río con Cerbero, el perro de tres cabezas.
Las personas que fueron buenas en vida eran enviadas a los Campos Elíseos, un lugar de tremenda belleza y descanso eterno. Quienes debían pagar castigo o condena eterna eran enviados al infierno, conocido como el Tártaro.

Caronte de Gustave Doré - La divina comedia de Dante
Caronte de Gustave Doré. La divina comedia de Dante.

En la antigua Roma, se creía que las almas de las personas al morir se convertían en espíritus malos, llamados lémures, y que estos permanecían cerca de la casa que habitaron en vida y realizaban bromas a los vivos. Debido a esto, los días 9, 11 y 13 de mayo se realizaban exorcismos, dicha celebración fue conocida como Lemuria. También se creía en la existencia de espíritus buenos llamados «lares», quienes cuidaban desde el más allá a la familia que dejaban al fallecer.
En el mes de febrero había otro festival llamado Parentalia, aquí se llevaban ofrendas a los difuntos a sus tumbas.
Los antiguos egipcios realizaban ceremonias con ofrendas a sus difuntos y dioses, se trataba de una especie de confesión de todo lo que la persona fallecida hizo en vida. Este ritual primero fue para los reyes, con el paso del tiempo se le permitió a la gente del pueblo realizar dicha costumbre. Se creía que las almas de los muertos iban al inframundo gobernado por Osiris, dios de la muerte.
En la India, los muertos debían recorrer el sendero de sus antepasados hasta llegar al «Llama», (más allá de los cielos), donde se encontraban con Shiva, dios benefactor y también dios de la muerte.
Una de las tradiciones de las comunidades indias, aún vigentes, es sumergirse los días 14 de enero en las aguas del Río Ganges. Dicha ceremonia se conoce como Jum Mela, y tiene el objetivo de cortar los lazos de la vida con la muerte.
Los persas fueron una civilización monoteísta, creían en un solo dios, llamado Zaroastro. Y de acuerdo al libro sagrado Zend-Avesta, las personas al fallecer llegaban a un lugar subterráneo, donde quienes eran considerados pecadores eran torturados por toda la eternidad.
La tradición indica que las almas de los difuntos permanecen en la tierra tres días y tres noches para ser juzgados. Después, cruzaban un puente y quienes resultaban culpables iban al infierno gobernado por el dios Yima, según dicha tradición es el mismo Zaroastro.
Para los antiguos sirios y palestinos el alma de las personas al morir se separaba de su cuerpo mortal para realizar su viaje al cielo o al infierno, respectivamente, si era bueno o malo. En los funerales se ponían objetos variados del gusto de los difuntos.
Los fenicios no creían en la muerte absoluta, consideraban que el alma de la persona se transportaba a un lugar oscuro y frío donde llevaba una vida parecida a la que tuvo en vida. Los cadáveres de las personas pobres eran enterrados en cajas de madera, mientras que a los ricos en tumbas parecidas a los sarcófagos egipcios.
En la antigua China se creía que el espíritu de las personas era dominado por magia, algunos maléficos y otros benéficos. El alma se consideró inmortal y había dos tipos: P`O y Hum. La primera se quedaba junto al cadáver, la segunda se alimentaba de las ofrendas. Al ser condenada pasaba por 18 infiernos, cada uno dominado por un pecado.
Las almas que escapaban de los infiernos eran recompensadas con vivir en la tierra de la suma felicidad (Kuen-Luen) y con nuevas vidas, donde reinaba, en un castillo de nueve pisos, el dios Wong.
El culto a los muertos en el Japón consistía en ofrendar a los dioses. Por influencia china realizaban fiesta en honor a la muerte. El infierno era un lugar fúnebre y subterráneo al que se llegaba por un hueco bajo el mar. Las almas vivían cerca de la tumba o de la casa en un lugar llamado Mitomaya, cuyo significado es: casa del alma.

Fuente de consulta: Zarauz, Héctor (2004). La fiesta de la muerte, Conaculta, México.
De la redacción de Apóstrofe, blog literario.