Estrellas sin futuro

En ciertos pasajes de Aires de Familia (2000) Carlos Monsiváis analiza el rol del melodrama como una forma poco creativa pero muy cercana a la población mexicana. Señala cómo la producción cinematográfica en los países Iberoamericanos debió adaptarse a los modelos del cine de Hollywood, cuyo resultado fue la pugna entre lo local y lo extranjero. También dedica un espacio a la conformación de las estrella del cine que dieron forma a los sentires y actitudes de muchas generaciones subsecuentes. El objetivo de este ensayo es profundizar en la evolución de las formas y las estrellas del cine.

Fernando Soler, estrella del cine mexicano. 

Las estrellas del cine en el fondo son personas comunes y corrientes cuyo atractivo se origina en la inherente belleza o gallardía de su estampa. Así, Monsiváis señala como una mujer dedicada a expedir boletos en la estaciones de trenes es reformulada por la maquinaria del cine en una figura inalcanzable para hombre y mujeres, los primeros sueñan con conquistarle, las segundas desean ser como ellas. De este modo, la estrella cinematográfica deja de ser él o ella para convertirse en un objeto.
El hecho de renunciar a la individualidad para asumirse en la representación idealizada de la bondad, la maldad, la aventura, el recato o cualquier valor que defina su personalidad dentro del star system es precisamente la cualidad por la cual sus figuras permanecen siendo grandes figuras mediáticas. Por ejemplo, Fernando Soler es reconocido como el padre de familia recio y dominante, pero poco se sabe de su vida personal y de que no tuvo hijos. El haberse alineado cinematográficamente a una identidad le proporcionó perdurabilidad.
A mediados del siglo XX las películas se hacían a la medida del actor, allí lucían su personaje y la retroalimentación entre su forma de actuar y sus espectadores les hacía perdurar. Asimismo, eran identidades con las cuales identificarse: el héroe, el villano, la mujer bondadosa, perdida, sacrificada o abusadora. La industria actual dejó atrás estas tipificaciones e incluso ha borrado parcialmente la importancia de los géneros para centrarse en las franquicias.
Es muy distinto ver a John Wayne como el héroe americano indeleble o a María Félix como la mujer valiente y desafiante que a Daniel Radcliffe en Harry Potter o a Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre. Ellos indudablemente ganaron un proceso de selección y su rostro define a los personajes, pero ocasionalmente pudo haberse tratado de alguien más y no hubiese pasado mayor cambio.
El avance de la industria y la liberación del actor permitieron la interacción entre actor y público; así los artistas de cine pudieron ejercer su propia personalidad e interpretar cualquier tipo de rol que les atrajera, y esta posibilidad se amplió con el acercamiento a través de las redes sociodigitales. Pero esta proximidad no las hace estrellas, pues su entorno es muy distinto. Ya no existe la retroalimentación entre el público y la obra fílmica destinada al gran público.
El cine actual masivo es evasión y no reconocimiento, no hay retroalimentación entre la figura y el espectador. Como dice Monsiváis: «la estrella en el sentido clásico, imponía, pero sólo después de obtener su sustento en la popularidad». En la actualidad, los actores son más cercanos, sus cuentas de Instagram les reportan millones de seguidores y beneficios económicos, pero son estrellas vacías destinadas a ser devoradas por la misma maquinaria que las creó. No tiene una identidad que les haga perdurar por generaciones.

Por: Fernando Gómez Castellanos (@Herr_Fer). Periodista y maestro en Comunicación por la UNAM.