Según se sea materialista o humanista el costo de una puerta puede calcularse en dos vías, la primera, se reduce a una cantidad monetaria; la segunda, depende de la experiencia y su utilidad para el individuo o la sociedad. El materialismo se ha extendido por todo el mundo junto a liberalismo económico, a la vez que ha consumido a su contraparte. Una puerta puede costar sólo unos centavos o ser incosteable para casi todos.
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Puerta Mariana de Palacio Nacional. (Foto: Especial). |
Se parte del ejemplo de una puerta porque es un objeto común, las hay de múltiples formas, materiales, procedencias regionales y temporales. Remontarse a las primeras puertas debería llevarnos a aquellas primeras sociedades en las que surge la propiedad privada y luego se abandona el modelo comunal para demarcar las posesiones de los unos y los otros.
Esas puertas y sus medidas de seguridad fueron aumentando en medida que la desigualdad se elevó. Así, el costo de la puerta es igual a la materia prima y al trabajo humano ocupado para su elaboración e instalación.
Por otra parte, su valor se indica en los objetos y valores resguardados, es decir, los recursos materiales, como las pacas de alfalfa, los granos de trigo o alguno de sus animales de corral, junto a la tranquilidad o estabilidad a futuro del poseedor de los mismos.
Esta definición de costo y valor de una puerta sigue siendo muy similar, incluso idéntica en nuestros días. Dentro del hogar, las puertas nos mantienen seguros de los elementos naturales y de las intenciones maliciosas de los demás. Son el resguardo tras el cual podemos descansar tras la jornada; también son aquellas que delimitan el espacio particular, aquel que no puede o nunca debería ser vulnerado. Sea de madera, metal o vidrio el valor que representan es el mismo: la individualidad del espacio. Separa los domicilios de la vía pública, demarca las habitaciones dentro del mismo para dejar fuera a todos aquellos quienes no sean uno mismo.
Sin embargo, hay otros casos más extremos, por ejemplo, en la guerra. Los invasores de Troya encontraron en la puerta y en las murallas de la ciudad un enemigo infranqueable, en cierto sentido, la puerta nunca cayó. Pero no fue así cuando el sultán de Granada Boabdil «El Chico» debió entregarles la llave de La Alhambra a los Reyes Católicos en 1492, tras diez años de guerra intermitente.
Pero derribar las puertas de una ciudad no sólo representa la toma de una localidad y sus habitantes, sino a su vez, puede originar el acceso a conquistas mayores. En esto radicó la ambición de los turcos por tomar Viena. Ellos asediaron la ciudad en 1529 cuando las tropas encabezadas por Solimán «El Magnífico» rodearon la ahora ciudad austriaca. La defensa de los Habsburgo, cuya cabeza de familia era el emperador Carlos V –nieto de los Reyes Católicos–, impidió a los invasores adueñarse de la puerta de Europa Central, vía el río Danubio. Su segundo intento infructuoso fue en 1683. Las puertas de Viena significaron la decadencia para unos y la victoria de otros; así como, el fin de la amenaza no cristiana en Europa.
Este breve recorrido histórico demuestra que incluso lo cotidiano implica un gran valor cuando la situación lo amerita y, que la necesidad o necedad por conquistarlo puede llevar a medidas extremas, tanto para preservarlas como para destruirlas. Estas puertas, son ahora un símbolo de lo que lograron resistir. Sus significados han evolucionado y los grupos sociales de diversas facciones se han apropiado de ellos o los han rechazado.
Un ejemplo de lo anterior ocurrió el 30 de julio de 1968 cuando militares derribaron de un «bazucazo» la puerta del Colegio de San Ildefonso, que en ese entonces era la sede del plantel número 1 de la Escuela Nacional Preparatoria. A los agresores poco les importó el testimonio histórico de dicho edificio, que desde finales del siglo XVI fue un plantel educativo jesuita y más tarde fue patrocinado por la corona española, luego se convirtió en cuartel militar y tras la Independencia de México funge como la Escuela de Medicina y Jurisprudencia. Asimismo, en 1847, dicho inmueble fue el cuartel de las tropas invasoras norteamericanas y en 1863 de las tropas francesas. Es hasta 1867 cuando retoma la vocación escolar y alberga a la Escuela Nacional Preparatoria.
La historia está hecha de signos como la revolución popular que erigieron gobiernos del PNR, PRM y del PRI. En este mismo sentido y momento, el Gobierno rompe con los signos de identidad del país. Es una situación similar a la vivida en 2014, cuando un grupo de encapuchados quemaron la puerta de Palacio Nacional; lo cual tiene un doble sentido, por una parte, honrar la memoria de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y, por otra, protestar contra la administración del entonces presidente Enrique Peña Nieto. Mismas intenciones de resistencia que tenían otros encapuchados en febrero 2020, contra la Puerta Mariana del mismo recinto de gobierno.
Cuando las puertas dejan de ser demarcaciones entre lo propio y lo ajeno, para convertirse en símbolo del sistema, su costo es mucho mayor al material, son un patrimonio invaluable. Pero, allí yace la paradoja, por no tener un valor estimable pueden ser del todo insignificantes para algunos.
Por: Fernando Gómez Castellanos (@Herr_Fer). Periodista y maestro en Comunicación por la UNAM.
Por otra parte, su valor se indica en los objetos y valores resguardados, es decir, los recursos materiales, como las pacas de alfalfa, los granos de trigo o alguno de sus animales de corral, junto a la tranquilidad o estabilidad a futuro del poseedor de los mismos.
Esta definición de costo y valor de una puerta sigue siendo muy similar, incluso idéntica en nuestros días. Dentro del hogar, las puertas nos mantienen seguros de los elementos naturales y de las intenciones maliciosas de los demás. Son el resguardo tras el cual podemos descansar tras la jornada; también son aquellas que delimitan el espacio particular, aquel que no puede o nunca debería ser vulnerado. Sea de madera, metal o vidrio el valor que representan es el mismo: la individualidad del espacio. Separa los domicilios de la vía pública, demarca las habitaciones dentro del mismo para dejar fuera a todos aquellos quienes no sean uno mismo.
Sin embargo, hay otros casos más extremos, por ejemplo, en la guerra. Los invasores de Troya encontraron en la puerta y en las murallas de la ciudad un enemigo infranqueable, en cierto sentido, la puerta nunca cayó. Pero no fue así cuando el sultán de Granada Boabdil «El Chico» debió entregarles la llave de La Alhambra a los Reyes Católicos en 1492, tras diez años de guerra intermitente.
Pero derribar las puertas de una ciudad no sólo representa la toma de una localidad y sus habitantes, sino a su vez, puede originar el acceso a conquistas mayores. En esto radicó la ambición de los turcos por tomar Viena. Ellos asediaron la ciudad en 1529 cuando las tropas encabezadas por Solimán «El Magnífico» rodearon la ahora ciudad austriaca. La defensa de los Habsburgo, cuya cabeza de familia era el emperador Carlos V –nieto de los Reyes Católicos–, impidió a los invasores adueñarse de la puerta de Europa Central, vía el río Danubio. Su segundo intento infructuoso fue en 1683. Las puertas de Viena significaron la decadencia para unos y la victoria de otros; así como, el fin de la amenaza no cristiana en Europa.
Este breve recorrido histórico demuestra que incluso lo cotidiano implica un gran valor cuando la situación lo amerita y, que la necesidad o necedad por conquistarlo puede llevar a medidas extremas, tanto para preservarlas como para destruirlas. Estas puertas, son ahora un símbolo de lo que lograron resistir. Sus significados han evolucionado y los grupos sociales de diversas facciones se han apropiado de ellos o los han rechazado.
Un ejemplo de lo anterior ocurrió el 30 de julio de 1968 cuando militares derribaron de un «bazucazo» la puerta del Colegio de San Ildefonso, que en ese entonces era la sede del plantel número 1 de la Escuela Nacional Preparatoria. A los agresores poco les importó el testimonio histórico de dicho edificio, que desde finales del siglo XVI fue un plantel educativo jesuita y más tarde fue patrocinado por la corona española, luego se convirtió en cuartel militar y tras la Independencia de México funge como la Escuela de Medicina y Jurisprudencia. Asimismo, en 1847, dicho inmueble fue el cuartel de las tropas invasoras norteamericanas y en 1863 de las tropas francesas. Es hasta 1867 cuando retoma la vocación escolar y alberga a la Escuela Nacional Preparatoria.
La historia está hecha de signos como la revolución popular que erigieron gobiernos del PNR, PRM y del PRI. En este mismo sentido y momento, el Gobierno rompe con los signos de identidad del país. Es una situación similar a la vivida en 2014, cuando un grupo de encapuchados quemaron la puerta de Palacio Nacional; lo cual tiene un doble sentido, por una parte, honrar la memoria de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y, por otra, protestar contra la administración del entonces presidente Enrique Peña Nieto. Mismas intenciones de resistencia que tenían otros encapuchados en febrero 2020, contra la Puerta Mariana del mismo recinto de gobierno.
Cuando las puertas dejan de ser demarcaciones entre lo propio y lo ajeno, para convertirse en símbolo del sistema, su costo es mucho mayor al material, son un patrimonio invaluable. Pero, allí yace la paradoja, por no tener un valor estimable pueden ser del todo insignificantes para algunos.
Por: Fernando Gómez Castellanos (@Herr_Fer). Periodista y maestro en Comunicación por la UNAM.