Concierto: acuerdos, no espectáculos

Las palabras se diluyen en el tiempo y sus significaciones se borran para ser sustituidas por otras. Aquellas palabras comunes de hace cien años son ahora parte del museo imaginario de las palabras que usaban nuestros bisabuelos; aquellas frases del castellano medieval son casi incomprensibles. Pero no sólo es el caso de lo antiguo lo que desvirtúa el uso de vocabulario, sino el uso común que se le da, por ejemplo, la palabra: concierto. 

Concierto: acuerdos, no espectáculos. (Img: Pixabay)

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española concierto posee seis acepciones: 
a) Buen orden y disposición de las cosas.
b) Ajuste o convenio entre dos o más personas o entidades sobre algo.
c) Función de música en que se ejecutan composiciones sueltas.
d) Composición musical para diversos instrumentos en que uno o varios llevan la parte principal.
e) Acción de concertar las cacerías, determinando los lugares de la caza y los puestos de la montería.
f) Hombre sometido a concertaje.

En el contexto musical, por lo tanto, concierto refiere a la función o a la obra del compositor. Así, cuando hablamos con alguien y la comentamos que vamos a ir al concierto da tal cantante, nuestro interlocutor entiende que asistiremos a un espectáculo en el cual un vocalista o conjunto vocal acompañado por una banda ejecutarán un repertorio. En otro sentido, se habla de concierto cuando el creador de una obra se propone elaborar una pieza musical para lucir el sonido y la habilidad del solista, ya sea acompañado por la orquesta sinfónica o del cuarteto de cámara, pero nunca solo para el ejecutante sin acompañamiento. Esta noción nos remite directamente a la definición comprendida como el convenio entre partes.
Así, la reflexión sobre la palabra concierto nos lleva en dos direcciones, por un lado, hacia el espectáculo y, por el otro, al trabajo en equipo. Ni una ni otra es mejor, ambas son indispensables para comprender y sobrevivir a la vida actual. El espectáculo distrae de lo cotidiano y da vida a momentos extraordinarios que son dignos de ser recordados, son un tiempo catártico de formación de comunidad, también de evasión personal.
Como producto del trabajo coordinado, un concierto es muestra de lo que pueden hacer una decena de hombres al trabajar unidos. Es imposible escuchar una obra orquestal con solo una parte de este conjunto, tampoco es posible, si cada sección de la orquesta va a su propio ritmo. Se necesita el convenio de todas las partes.
Esta distinción es fundamental desde el punto de vista de la acción, opone a la apreciación con la acción y somete al espectador a presenciar el producto, en vez de asumir su rol dentro de la audiencia como un grupo de personas que construyen y deconstruyen la obra.
El oyente no debería ser un individuo cuya aspiración sea recibir un mensaje digerido, sino buscar un significado desde su interior hacia el exterior. Donde la obra no sea un momento a poseer y almacenar, sino la oferta de otros seres humanos de una experiencia artística, mediante la cual encuentre su propio ser enriquecido.
Si el concierto es un espectáculo, entonces, como lo señaló Guy Debord: «es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, es decir social, como simple apariencia». Pero si se concentra en la reflexión, lleva a la crítica «que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la negación visible de la vida». El espectáculo recrea y desnaturaliza la vida, la deja vacía de significación. El concierto trasciende a la obra, sus creadores y al propio espectador, lo lleva hacia nuevas veredas del conocimiento de la realidad y de sí mismo.

Por: Fernando Gómez Castellanos (@Herr_Fer). Periodista y maestro en Comunicación por la UNAM.