En memoria de mi primo
![]() |
Señales dobles, de Ian Yetlanezi Chávez Flores. |
-¿Volviste a tener la misma pesadilla? –preguntó Sebastián al sentir que me levantaba de la cama.
-¿Qué hora es?
-Las 2 y media de la mañana.
-¿Por qué estás despierto?
-No podía dormir, estoy preocupado. Llevas 5 meses soñando lo mismo. Creo que necesitamos ayuda de alguien.
-¿Ayuda? ¿A qué te refieres con ayuda?
-Desde lo de tu hermano no has podido dormir bien y eso me está preocupando.
-No es nada, lo juro, sólo dame más tiempo.
-El que necesites, sólo quiero que descanses más, que descanses mejor.
-Lo intento, Sebastián, en verdad, cada noche cierro los párpados y dejo que el cansancio haga lo suyo.
Salí de la cama, me puse las pantuflas de Sebastián, prendí la luz y abrí la puerta.
-¿A dónde vas?
-Por un vaso de agua.
-¿Agua? ¿No quieres ir por una cerveza?
-¿Quieres ir por una cerveza? ¿No te parece muy tarde?
-Es sábado.
La torreta de una patrulla iluminaba la ventana: rojo, azul, rojo.
-¿Otra vez esa pinche patrulla?
-¿Entonces? ¿Vamos por la cerveza?
Fui a la ventana, quería ver por qué los policías se quedaban frente a nuestro departamento todas las noches.
-¿Qué crees que estén haciendo?
-Se están haciendo pendejos, seguramente –contestó Sebastián.
-Vamos por la cerveza, sólo déjame tomar un vaso de agua.
Salí de la habitación, por fin tenía un tiempo para mí,
sola, no deseaba escuchar los ronquidos de mi esposo, ni sentir sus pies
sudorosos cerca de mis piernas. Mi garganta estaba seca como la piel
de una víbora. Sentía las escamas en mi tráquea, se apilaban una a una,
constantemente, hasta formar una piel que podía soportar temperaturas superiores
a 40 grados centígrados. Me dio risa pensar toda esa estupidez y mejor fui a la
cocina, llené un vaso con agua y lo bebí tan rápido que no me di cuenta de su
presencia.
Volteé para ver si mi esposo me jugaba una broma en el comedor, pero las sillas estaban vacías, la única presencia era el rastro de luz que dejaba la torreta de la policía: azul, rojo, azul. ¡Qué extraño! Desde que comenzó mi insomnio, siento que alguien está cerca de mí, observándome en la madrugada, como un acosador que vigila cada acción para violarme.
Volví a la habitación, un sudor frío recorría mi frente, me faltaba un poco el aire, pero no quería decirle a Sebastián, quien se abrochaba los botones de su camisa.
-¿Estás bien?
-Sí, todo bien ¿por?
-Te ves muy pálida, eso de que no estés durmiendo bien, me tiene un poco asustado. Parece que estás muerta.
-¡No digas estupideces, Sebastián! Apúrate que ya es muy tarde.
-Apúrate tú, yo me peino y estoy listo, o ¿vas a ir con pijama?
-No, ¿qué me pongo?
-Vamos a ir al Green Mills, ahí nadie se preocupa por lo que alguien se ponga.
-Pero yo sí, sabes que siempre me gusta verme bien a donde vaya, no importa si es un basurero, yo quiero verme bonita.
-Ya habíamos hablado sobre el tema. No quiero volver a decir una palabra más sobre ropa.
-¿Por qué? ¿Vas a herir mis sentimientos de nuevo?
-Ya te lo dije, fue sin querer.
-Lo sé.
-No te rías, no soy bueno en identificar bromas.
-Aún no lo entiendo, si no eres bueno, no sé cómo nos pudimos entender y casarnos.
-Yo tampoco lo sé.
-Entonces, ¿vamos a ir al Green Mills?
-Es el único lugar abierto.
-Está bien.
-¿O prefieres taparte la cara con las cobijas para que no nos pegue la luz de esa pinche patrulla?
-No, vamos, estoy harta de cubrirme con todo para poder dormir.
-¿Qué chingados harán estos pendejos en la esquina? –Sebastián miró por la ventana.
-No creo que estén atrapando ladrones.
-Si fuera así, ya estarían agarrando al vecino.
-Shhh, nos va a escuchar.
-Perdón, don ratero, tenga usted mis grandísimas disculpas por ser tan culero y aún ser respetado por todo este pinche edificio de departamentos.
-No seas sarcástico, Sebastián, no sabemos con quién nos metemos.´
-Con un ladrón, pues con quién más.
-¡Eres un idiota!
-¿Estás lista?
-Estoy pensando qué vestido ponerme, cómo ves, ¿el azul o el negro?
-Los dos se ven muy bien.
-Sebastián, dame una respuesta.
-Por qué no te pruebas los dos y vemos cuál te gusta más.
-Okay, pero dime la verdad, porque no quiero parecer ridícula en ese lugar.
-¡Es el Green Mills! ¡No pasa nada!
-Como sea, dame cinco minutos.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sobre qué.
-¿Qué hiciste en la cocina?
-¿Por qué?
-Olía a basura quemada. ¿Quemaste algo?
-No sólo fui por un vaso de agua.
-¡Qué extraño! Cuando te fuiste comenzó un olor horrendo por toda la casa, quise salir para ver qué estabas quemando, pero me estaba subiendo los pantalones.
-Yo no olí nada.
-Eso es lo más raro, cuando regresaste, el olor terminó, como si la habitación se hubiera apestado sólo por unos segundos. ¿Tú no oliste nada?
-No, todo ha estado normal para mí –mentí.
-¿Segura? –soltó una risa amarga.
-Si –volví a mentir.
-¡Qué extraño! –fue al espejo a revisar si su camisa no tenía arrugas.
-¿Qué te parece este?
-Me gusta.
-No mientas.
-En verdad, te ves bien con ese vestido.
-Muy bien, sólo me lavo los dientes y nos vamos.
Salí de la habitación y fui directo a las sillas para revisar si había algo quemado en ellas. Todo estaba perfecto.
-Estoy loca –dije hacia mis adentros.
Me alejé del comedor con inseguridad, como si en verdad algo
me persiguiera. Me sentí niña otra vez, venían a mi memoria las veces que me
asustaba por películas de terror que había visto en televisión y que, por
alguna razón, estando en la cama, creía que cubrirme con el edredón me iba a
salvar de los monstruos.
Entré al baño con una risa de ingenuidad y cerré la
puerta. Coloqué pasta a mi cepillo de dientes y comencé con la limpieza bucal.
Vi mi cara en el espejo: las ojeras habían incrementado
desde que comencé a tener la misma pesadilla todas las noches: mi hermano
intenta huir de tres sujetos, cruza una avenida, entra en un callejón, llega a
su casa y, sin ninguna conexión, su cara está en el piso, lo patean, la sangre
escapa de la boca, los ojos, la nariz. Un tipo calvo se acerca a él, saca un
pica hielo de su chamarra y se lo entierra en la mejilla derecha. Los gritos se
escuchan por todas partes. Es en ese instante cuando despierto, no soporto ver
tanta violencia.
Escupo el buche de agua.
-Estoy lista.
Practico una sonrisa dulce frente al espejo y después abro la puerta.
-Estoy lista.
Sebastián no está fuera del baño.
-¿Sebastián?
Busco por el departamento: la cama destendida, las sillas vacías, el sofá limpio, ninguna sombra de él.
-¿Sebastián? No seas idiota, ¿dónde estás?
Debajo de las cobijas, en el baño nuevamente, en la sala, tras la pantalla. Nada. Comienzo a sentir que la presencia está cerca de mí. Camino hacia la puerta del apartamento, debo salir de ahí. Siento que una sombra se mueve hacia mí, va directo hacia mis ojos, lengua, labios y piernas.
-¿Sebastián?
Abro la puerta y ahí está su cara sonriente, alumbrando alegría.
-¿Estás lista?
-Sí.
-¿Todo bien? Te noto muy pálida.
-Lo siento, este pinche insomnio, lo sabes.
-Necesitamos ayuda.
-No otra vez, Sebastián, por favor.
Caminamos hacia el ascensor.
-¿Crees que esté abierto Green Mills?
-¿Qué hora es?
-No me interesa, vámonos, hoy no quiero saber nada de nadie.
Ian Yetlanezi Chávez Flores es escritor e investigador. Ha publicado en revistas académicas y realizado investigaciones en departamentos universitarios internacionales. Contacto: @ian.y.flores
-Sí.
-¿Todo bien? Te noto muy pálida.
-Lo siento, este pinche insomnio, lo sabes.
-Necesitamos ayuda.
-No otra vez, Sebastián, por favor.
Caminamos hacia el ascensor.
-¿Crees que esté abierto Green Mills?
-¿Qué hora es?
-No me interesa, vámonos, hoy no quiero saber nada de nadie.
Ian Yetlanezi Chávez Flores es escritor e investigador. Ha publicado en revistas académicas y realizado investigaciones en departamentos universitarios internacionales. Contacto: @ian.y.flores