Pienso en el final, de Charlie Kauffman

Sin importar mucho quien fue, se ha hecho la invitación a conocer a los padres y familia de la pareja. Las reacciones varían dependiendo del desarrollo de la relación o de los acontecimientos de la misma. Lo realmente oscuro en ese momento es si somos fieles a nuestro sentir, y eso es casi imposible. 

Pienso en el final, de Charlie Kauffman.
Pienso en el final, de Charlie Kauffman. 

La nueva película Pienso en el final, dirigida por Charlie Kauffman, y recién estrenada en Netflix, ha jugado con nuestras mentes y nuestro sentido de la vida, como lo hizo en 2004 con Eterno resplandor de una mente sin recuerdos
En esta cinta, Kauffman, narra la vida cotidiana desde la ciencia ficción, juega con la física cuántica, con la sociología y con el psicoanálisis para mostrarnos lo negligentes que llegamos a ser con nosotros mismos.
Pienso en el final es un filme basado en la novela I'm Thinking of Ending Things, de Iain Reid, publicada en el 2016. Obra que me encantaría leer pronto, y cuyo título en inglés, en lo personal, me encanta. Una traducción grotesca y nada poética sería algo así como: `Yo pienso en el finalizar con las cosas´.
Me encanta la manera en que el sujeto, de la primera persona del singular, se posiciona como un objeto que piensa ante la cosa extensa de la realidad y que es capaz de hacer cosas en dicha realidad.
Ella es la protagonista de la película y, justamente, piensa en el final de las cosas, de una relación sentimental con Él. Sin embargo, para continuar en dicha relación, da pasos tímidos y audaces. Ella se da cuenta de cómo los seres humanos ocupamos un lugar en el espacio y estamos en el mundo desarrollando acciones duraderas. Comprende las categorías que le permiten determinar que se encuentra apunto de avanzar en una relación, cada vez más extraña y comprometida.
Ante esta situación, Ella se reconoce capaz de usar las categorías de su entendimiento, es física cuántica, para comprender que, quizá, no avanza y no ocupa ningún lugar, más bien, se encuentra atrapada en la contingencia, un punto inmóvil en la incertidumbre de hacia dónde va lo que sea que hace. En fin, las cosas pasan, porque así son las cosas.
Ella y Él emprenden un viaje en carretera, que debe ser de ida y vuelta, para la reunión con los padres del chico. El trayecto se convierte en un espacio de reconocimiento y claridades con tendencia a la melancolía. Cual terapia de diván, Ella reconoce lo que siente, y sabe que el final de la relación está cerca. Sin embargo, constantemente, su reflexión es interrumpida por la conversación que Él insiste en que ambos deben sostener. Ella acepta que es capaz de continuar la relación, no sólo por amabilidad, sino porque considera que quiere hacerlo.
La siguiente escena es la llegada a la casa de los padres de Él. Es allí donde inicia el juego. El espacio comienza a hacerse cada vez más denso en el locus de la vida norteamericana: la vida brutal en la granja. La casa es el típico lugar de crianza, donde se muestra al clásico perro que corre las praderas. Los padres son excéntricos y rurales (¿a qué citadino no le parecen excéntricos los rurales?).
Los abruptos cambios de ángulos de la película permiten fantasmagóricas presencias y situaciones, al menos, hasta que nos abra el dispositivo de la cena familiar para avergonzarlo a Él. Todo ello se ve afectado por la caída de una tormenta de nieve, un clima que representa el hoyo negro en que se ha convertido la reunión familiar. En esa lumínica oscuridad que atrae el pasado, el presente y el futuro, Ella está confundida y renace su firme deseo de terminar la relación, y por supuesto con la velada. Al final, todo se convierte en anécdota y en un recuerdo para reír y llorar.
En el devenir de los acontecimientos Ella sufre cambios, por ejemplo, pierde su nombre. El nombre propio es una estética y una política, permite el ejercicio de poder. La transformación del nombrar en la protagonista, poco a poco, ejerce la desaparición de sí misma; pierde su sentido hasta que la realidad misma se disuelve para acelerar el nudo del tiempo en el espacio.
El filme avanza, y a pesar de la tormenta, la pareja regresa a casa. Pero, ¿qué significa regresar a casa? La respuesta para cada uno de ellos es distinta. En el trayecto, paradójicamente, se aclaran las cosas para oscurecerse aún más. El viaje termina por reiterar que el mundo cuántico ha dado un vuelco a todo; y el pasado, presente y futuro pierden su consecución y las personas se mueven erráticamente.
En este sentido, el director muestra esta condición en una de las formas más sublimes que ha creado la humanidad: la danza. Al jugar con pasados y futuros, somos conducidos a un final ideal que no nos esperamos y que por su farsa se convierte en el reflejo de la perdida del sentido de los ideales de las personas.
Los seres humanos nos movemos en el mundo como ondas en un estanque y, a la par, chocamos entre nosotros con furia y violencia; esa es la condición a la que nos enfrentamos en una realidad contingente.
La película muestra la rareza de los seres humanos, la cual radica en mayor medida en su condición de luz, que es a la vez onda y partícula en un mundo cuántico. Numerosos ejemplos se han presentado a lo largo de la historia social que demuestran esta rara dualidad donde los humanos son ondas y/o partículas; sin embargo, para dicha concepción, depende del aparato conceptual con que se observen, más aún, a las condiciones a las que se someta su interacción.

Ulises Adrián Reyes Hernández, mitad sociólogo y mitad filósofo, incapaz de un entero, es Maestro en Ciencias Sociales y Humanidades, y profesor de Sociología en la FES Aragón.